Siempre he creído que no existe mayor placer en este mundo que la contemplación de una hermosa mujer desnuda especialmente si se trata de la mujer propia.
Y la naturaleza había dotado a mi esposa de un cuerpo tan perturbadoramente libidinoso que yo la contemplaba con los mismos ojos de lujuria con que miraría a una deslumbrante mujer ajena. Mirenla en estas fotos para que comprueben lo que les digo.
Por ello le pedía que cada vez que tuviese ocasión me sorprendiese con el inigualable regalo de la visión de su exótico cuerpo desnudo. Y afortunadamente era con frecuencia complacido. Se notaba que a ella también le placía exponerse ante mí tan desprovista de ropas como el día en que había venido al mundo. Sus preparativos confirmaban tal afirmación: mantenía su cuerpo pulcramente depilado, se untaba aceites especiales para acrecentar el erotismo de su moldeada figura y dedicaba largas horas a dorarse al sol.
En cierta ocasión, durante las festividades previas a las vacaciones del pasado verano, iniciamos las celebraciones en la misma oficina y el exceso de copas me hizo invitar impulsivamente a casa a la mayoría de los compañeros de trabajo, mujeres y hombres, con el fin de continuar allí la fiesta “¡Todos a casa! ¡Tengo el mejor ron de Cuba!” había dicho impensadamente. Todavía recuerdo nerviosamente aquello y no entiendo cómo pude hacer tal cosa.
Y he aquí que debido al aturdimiento causado por el alcohol, que ya había bebido copiosamente, olvidé poner a mi esposa al corriente de estos improvisados planes.
Nunca podrán adivinar lo que pasó al llegar a casa. Al entrar en el salón tuvo lugar una situación extremadamente embarazosa para todos. Muchos de mis compañeros nunca habían visto nada parecido. A los hombres parecía que se le salían los ojos de sus órbitas de tanto abrirlos y las chicas se llevaron las manos a la boca en un gesto de sorpresa.
La escena presentaba a mi chica, creyendo que era yo quien llegaba, sentada completamente desnuda en el butacón de bambú de la sala. Su descubierta y totalmente depilada entrepierna resultaba el centro focal de la composición.
La visión resultaba fuertemente impresionante porque se apreciaba claramente algo muy especial y fuera de lo común que posee mi mujer y que hasta ese momento había constituido un secreto entre nosotros: su pequeñísima vulva, extraordinariamente chica y que contrasta abruptamente con las enormes nalgas y gruesos muslos que tiene.
Aunque en general trataban de ocultármelo, sé que esta característica especial del cuerpo de mi esposa no era precisamente el tema de conversación favorito entre todos mis compañeros de trabajo…sino el hecho de que ella estuviese atada desnuda al butacón y yo estaba fuera de casa con ellos...
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